El discurrir hacia Pentecostés depara un tiempo para cada señal, para cada pequeña-gran sensación que nos dice, sin palabras, que las arenas nos vuelven a llamar.
La aldea del Rocío era este pasado domingo una marisma de compás de espera. Afanes de ida y vuelta en casas que se preparan para los dia grandes.
Y un trajinar al sol de quienes montan estas esctructuras llamadas a albergar mil y un corazones rocieros en torno al Simpecado de cada hermandad. Y bajo esas estructuras, y las lonas que las cubran, tendran lugar tantas historias, tantos anhelos, y tantas vivencias como peregrinos vengan a ver la Señora.
Caia un sol de justicia, y estos armazones de la emocion son solo la base de lo que, a un par de semanas vista, convertirán estas arenas en un inmenso campo de fe y de entrega a la Virgen del Rocio.
Todo esto hace posible que cada Pentecostés sea igual y diferente. Y sobre todo, estas señales nos acercan, hermanos, a la soñada Romería.
Que poco falta.